ASMA BRONQUIAL

 

ASMA BRONQUIAL

ASMA BRONQUIAL: 

Definición: 

El asma bronquial es una enfermedad inflamatoria crónica de las vías respiratorias, caracterizada por episodios recurrentes de sibilancias, disnea, tos y opresión torácica, asociados a una obstrucción bronquial reversible, que varía en intensidad y frecuencia según los individuos y los factores desencadenantes.

Clasificación:

El asma bronquial se puede clasificar según diferentes criterios, como la edad de inicio, la etiología, la gravedad, el control y los fenotipos. Una de las clasificaciones más utilizadas es la de la gravedad, basada en la frecuencia e intensidad de los síntomas, el uso de medicación de rescate, la función pulmonar y el impacto en la calidad de vida. Según este criterio, el asma se puede dividir en cuatro categorías: intermitente, persistente leve, persistente moderada y persistente grave.

Epidemiología:


El asma bronquial es una de las enfermedades crónicas más prevalentes a nivel mundial, afectando a unos 300 millones de personas de todas las edades y regiones. Se estima que el asma causa unos 250.000 muertes al año, la mayoría de ellas en países de ingresos bajos y medios. La prevalencia del asma varía según los países y las regiones, siendo más alta en los países desarrollados y urbanizados, y más baja en los países en desarrollo y rurales. Los factores que influyen en la variabilidad geográfica del asma son múltiples e incluyen aspectos genéticos, ambientales, socioeconómicos, culturales e inmunológicos.

Etiología:

El asma bronquial es una enfermedad multifactorial, en la que intervienen factores genéticos y ambientales que interactúan entre sí para determinar la susceptibilidad y la expresión clínica del asma. Los factores genéticos se relacionan con la herencia familiar del asma y con la presencia de polimorfismos en genes que codifican para proteínas implicadas en la respuesta inflamatoria, la remodelación bronquial y la hiperreactividad de las vías aéreas. Los factores ambientales se refieren a los agentes externos que pueden desencadenar o agravar el asma, como los alérgenos (ácaros del polvo, polen, epitelios de animales, hongos), los irritantes (humo del tabaco, contaminación atmosférica, productos químicos), las infecciones respiratorias (virus, bacterias), los fármacos (aspirina, antiinflamatorios no esteroideos, betabloqueantes), los cambios climáticos (frío, humedad) y el estrés emocional.

Cuadro clínico:

El cuadro clínico del asma bronquial se caracteriza por la presencia de episodios agudos o crónicos de sibilancias, disnea, tos y opresión torácica, que suelen ser más frecuentes o intensos por la noche o al despertar. Los síntomas pueden variar en severidad desde leves hasta potencialmente mortales, dependiendo del grado de obstrucción bronquial y de la respuesta al tratamiento. El asma también puede manifestarse con complicaciones como el estado asmático (crisis asmática grave y prolongada que no responde al tratamiento convencional), la neumonía (infección pulmonar secundaria), el neumotórax (acumulación de aire entre la pleura y el pulmón) y el cor pulmonale (insuficiencia cardíaca derecha por hipertensión pulmonar crónica).

Diagnóstico:

El diagnóstico del asma bronquial se basa en la historia clínica, el examen físico, las pruebas funcionales respiratorias y las pruebas complementarias. La historia clínica debe recoger los antecedentes personales y familiares de asma o atopia (alergia), los síntomas típicos del asma, los factores desencadenantes o agravantes, la frecuencia y la intensidad de las crisis, el uso de medicación y el impacto en la calidad de vida. El examen físico debe evaluar la presencia de signos de obstrucción bronquial (sibilancias, roncus, disminución del murmullo vesicular) o de complicaciones (cianosis, taquipnea, tiraje intercostal, uso de músculos accesorios, hipersonoridad torácica). Las pruebas funcionales respiratorias consisten en la medición del flujo espiratorio máximo (FEM) y de la espirometría forzada, que permiten cuantificar el grado de obstrucción bronquial y su reversibilidad tras la administración de un broncodilatador. Las pruebas complementarias incluyen la radiografía de tórax, que puede mostrar signos de hiperinsuflación pulmonar, atelectasias o complicaciones; la gasometría arterial, que puede revelar hipoxemia (disminución del oxígeno en sangre) o hipercapnia (aumento del dióxido de carbono en sangre); el hemograma, que puede evidenciar eosinofilia (aumento de los eosinófilos, un tipo de glóbulos blancos relacionados con la alergia); y las pruebas cutáneas o serológicas de alergia, que pueden identificar los alérgenos específicos implicados en el asma.

Tratamiento: 

El tratamiento del asma bronquial tiene dos objetivos principales: controlar los síntomas y prevenir las exacerbaciones. Para ello se emplean dos tipos de medicamentos: los de acción rápida y los de acción prolongada. Los medicamentos de acción rápida son los broncodilatadores beta-2 agonistas (salbutamol, terbutalina), que se usan para aliviar los síntomas durante las crisis asmáticas o antes de la exposición a un factor desencadenante. Los medicamentos de acción prolongada son los antiinflamatorios esteroideos (budesonida, fluticasona), que se usan para reducir la inflamación crónica de las vías aéreas y prevenir las exacerbaciones; y los broncodilatadores beta-2 agonistas de larga duración (salmeterol, formoterol), que se usan para relajar la musculatura lisa bronquial y mejorar la función pulmonar. Estos medicamentos se suelen administrar por vía inhalatoria, mediante dispositivos como el inhalador de dosis medida (IDM), el espaciador o la cámara de inhalación, el nebulizador o el polvo seco. El tratamiento farmacológico se debe ajustar según la gravedad y el control del asma, siguiendo las pautas establecidas por las guías clínicas internacionales.

Prevención: 

La prevención del asma bronquial se basa en la identificación y el control de los factores desencadenantes o agravantes del asma, tanto en el ambiente doméstico como laboral o escolar. Algunas medidas preventivas son: evitar el humo del tabaco y la contaminación atmosférica; mantener una buena higiene del hogar y reducir la exposición a los ácaros del polvo, el polen, los epitelios de animales y los hongos; vacunarse contra la gripe y el neumococo; tratar adecuadamente las infecciones respiratorias; evitar el uso de aspirina y otros fármacos que puedan provocar reacciones alérgicas; controlar el estrés emocional; practicar ejercicio físico moderado y regular; y seguir una dieta equilibrada y saludable.

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